Nos levantamos a las 4 de la mañana para una larga caminata que nos llevó de un extremo de las ruinas de Tikal al otro. Era difícil contener la emoción o no distraerse con las pirámides y templos que pasábamos en la oscuridad. Al final, todo valió la pena. Subimos unas escaleras al Templo VI, sólo parcialmente reconstruído y localizado al extremo oeste de la cuidad, desde donde vimos un hermoso amanecer, al igual como lo hubieran visto los Mayas mil años atrás. En silencio y junto a unos 20 otros turistas contemplamos el sol salir y regar de luz la selva de Petén y los edificios de Tikal.
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